Por Ricardo Gómez
Cada paso que doy sobre el terreno áspero y rocoso de las Sierras de Pocho parece susurrar historias ancestrales, relatos de fuego y fuerza que han esculpido estas montañas a lo largo de milenios. Como aventurero ávido de experiencias únicas, decidí adentrarme en una de las maravillas naturales: el Volcán Yerba Buena.
Situado en la región de los Volcanes de Pocho, en la provincia de Córdoba, este coloso de roca y lava prometía ofrecerme una travesía inolvidable, no solo por la majestuosidad de su paisaje, sino también por la intrigante historia geológica que lo envuelve.
Recuerdo claramente el día en que decidí aventurarme hacia el imponente Volcán Yerba Buena. Había leído acerca de su formación geológica y de su fascinante historia, sentí una irresistible atracción por explorar sus senderos y descubrir los secretos que guardaba entre sus faldas. No sabía entonces que esta experiencia sería mucho más que una simple caminata; se convertiría en un viaje de descubrimiento personal y conexión con la naturaleza en su estado más puro.
Mi aventura comenzó con la planificación meticulosa del viaje. Investigué sobre la ruta más segura para llegar al Volcán Yerba Buena y me equipé con todo lo necesario para enfrentar los desafíos que encontraría en el camino. Aunque había realizado trekking en diversas partes de Córdoba, la idea de explorar una región inhópita despertaba en mí una mezcla de emoción y cautela.
Al llegar a la base del volcán, quedé impresionado por su imponente presencia. La majestuosidad de su cono me recordaba la fuerza indomable de la tierra. Con paso firme y corazón palpitante, comencé mi ascenso hacia la cima.
A medida que ascendía por la naturaleza agreste, me maravillaba con la belleza del paisaje que me rodeaba. Las Sierras de Pocho se extendían a mis pies, mostrando las huellas del proceso geológico que había dado forma a esta región a lo largo de millones de años.
El ascenso al Volcán Yerba Buena es una experiencia emocionante que nos sumerge en la naturaleza en estado puro. Es importante tener en cuenta que el camino hacia la cumbre se realiza a través de un monte cerrado sin senderos señalizados. Aunque no es especialmente difícil, es crucial estar atento para no perderse, ya que no hay senderos marcados que nos guíen hasta la cima del volcán. La aventura de explorar este terreno virgen añade un elemento de intriga y emoción a la travesía, haciéndola aún más inolvidable.
Durante la caminata recordé una entrevista que le realicé a Ivan Petrinovic, geólogo especializado en vulcanología e investigador del Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra, quien me explicó detalladamente cómo fue el proceso que moldeó la fisonomía actual de las Sierras de Pocho.
Petrinovic me había dicho que tanto los volcanes de Pocho como los de la cordillera de los Andes tienen el mismo origen: rocas que se fundieron a gran profundidad y ascendieron en forma de magma. Esta actividad volcánica fue el resultado de la subducción de la placa tectónica de Nazca bajo la placa Sudamericana.
El choque entre estas placas generó una inmensa energía que se manifestó en forma de erupciones volcánicas de gran fuerza. En el caso de las Sierras de Pocho, la placa de Nazca se sumergió bajo la Sudamericana con un ángulo muy bajo, lo que permitió que el magma ascendiera hacia la superficie, formando los volcanes que ahora se alzaban frente a mí.
A medida que avanzaba, mi mente se llenaba de preguntas sobre el proceso geológico que había moldeado esta tierra. Recordaba las descripciones de los flujos piroclásticos, corrientes incandescentes de gases y cenizas que habían arrasado todo a su paso durante las erupciones explosivas del pasado. Imaginaba el calor sofocante y el estruendo ensordecedor que habrían acompañado a estos eventos cataclísmicos, transformando el paisaje en un infernal escenario de destrucción y caos.
Pero también había aprendido sobre las erupciones efusivas, como las que habían dado origen a los volcanes de Los Cóndores, hace millones de años. En estos casos, la lava fluía lentamente desde el interior de la Tierra, formando extensas capas de basalto que aún se podían observar en la región. La diversidad de procesos volcánicos me fascinaba, mostrando la increíble variedad de formas en que la naturaleza podía manifestar su poder creativo y destructivo.
A medida que me acercaba a la cima del Volcán Yerba Buena, podía sentir la emoción que palpitaba en mi interior. La vista panorámica que se abría ante mí era simplemente espectacular.
Desde lo alto del volcán, podía ver kilómetros de Sierras de Pocho extendiéndose hasta el Parque Nacional Traslasierra y otros volcanes con sus picos escarpados y valles profundos esculpidos por la acción del tiempo y la erosión.
Me senté en la cima del volcán a sacar fotos con mi dron, sintiendo la brisa fresca acariciar mi rostro y contemplando el espectáculo de la naturaleza que se desplegaba ante mis ojos. En ese momento, me di cuenta de lo afortunado que era de poder presenciar la belleza indescriptible de este lugar y de sentirme parte de algo mucho más grande que yo mismo.
Reflexionando sobre mi experiencia en el Volcán Yerba Buena, me di cuenta de que había aprendido mucho más que simples datos geológicos. Había descubierto la importancia de conectarnos con la naturaleza y de apreciar la increíble diversidad de formas de vida que habitan en nuestro planeta. Había experimentado en carne propia la fuerza indomable de los elementos y la fragilidad de nuestra existencia en este vasto universo.
Al regresar a casa, llevé conmigo el recuerdo imborrable de mi aventura en el Volcán Yerba Buena. Aunque mis piernas y mi cuerpo estaban cansados, mi espíritu estaba renovado y lleno de gratitud por la oportunidad de haber vivido una experiencia tan enriquecedora. Y mientras contemplaba el atardecer desde la comodidad de mi hogar en Villa La Bolsa, supe que algún día volvería a perderme en los senderos de las Sierras de Pocho, para seguir explorando los misterios que aún aguardan en las profundidades de la Tierra.
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